BIENVENIDA/O

Asociación Ecos del Huallil - Caja de Ahorro y Crédito "Ecos del Huallil"
San Antonio, Cuchil, Sigsig, Azuay.

Diego Moscoso - Administrador del Blog
cac.ecosdelhuallil@gmail.com

30 jul 2009

COMPAÑERO ANGEL

Autor: Efrén Ubaldo Moscoso

…Con el machete en el brazo, un sombrero de paja, un cigarro en los labios, llevando en sus hombros lo que la tierra a transformado en alimento para su familia, con sus manos endurecidas y callosas; caminaba solo, contemplando el campo, persiguiendo meditabundo alguna idea inconclusa perdida en el camino, llevando entre sus puños alguna rabia de la miseria humana, conversando consigo mismo, preguntándose e intentando encontrar respuestas o alguna señal invisible o queriendo ver las cosas que otros no podían ver.

Mientras hago el recorrido mental y trato de visualizar para escribir nuestra historia, pienso nuevamente en aquel líder – mi padre Ángel Moscoso- pero ahora acompañado de sus hermanos Santiago, Agustín y de su esposa Rosa Zúñiga, sus compañeros Cristóbal Zúñiga, Arminda Zúñiga y Luis Zúñiga, probablemente habían otras personas más.

Para comprender los cambios que se dieron es necesario retroceder al pasado. Imaginemos a la comunidad de San Antonio de esta manera:

Sin carretera: para salir a la cabecera cantonal Sígsig, la gente tenía que caminar dos horas, generalmente madrugaban con el canto del gallo, el reloj para aquellos tiempos era ajeno a cada persona, los modernos celulares ni siquiera se conocían. Levantarse implicaba prender el farol de kérex que alumbraba con una luz agónica proyectando sombras de fantasmas en los rincones de las habitaciones, luego iniciaban el largo camino, sin antes encomendarse a miles de Santos para pasar por la temida Loma de Pinllo, famosa por los innumerables ruidos satánicos, de almas en pena, de duendes, de asaltantes, en fin, de historias de miedo y terror.

La escuela antigua, que ahora solo quedan paredes viejas, tejas rotas, tablas alzadas como dejando escapar miles de historias felices y recuerdos truncados, ahora solo queda aquello. Era solo una aula en donde asistían seis grados con niños y niñas de San Antonio, de Sarar – en esta comunidad aún no existía la escuela- todos los niños y niñas de esa comunidad venían a la nuestra, y hasta de Gutún porque en San Antonio se ofrecía hasta el quinto y sexto grado, cosa que no tenían las comunidades vecinas.

Existían tremendas brechas de desigualdad entre hombres y mujeres al extremo que algunas personas pensaban que las mujeres ni siquiera debían terminar la primaria porque equivocadamente hacían esta comparación “las puercas para parir no necesitaban estudiar” relacionándolo con que las mujeres para tener hijos no necesitaban ir a la escuela. El único rol asignado a las mujeres era el de tener hijos y criarlos, eliminando las posibilidades de que hombres y mujeres somos seres con iguales capacidades aunque la sociedad no les de las mismas oportunidades.

Por otro lado, la iglesia tradicional había incidido fuertemente en la actitud de la gente, llevándolo a un estado de domesticación y de obediencia ciega, lo que decía el cura era la última palabra, por lo tanto ser pobres era bueno y era normal, ser obedientes también. Dios era concebido como castigador y cruel, la mayoría de gente estaba de acuerdo con aquello. Esto tenía que cambiar pero había un largo camino que recorrer; superar la pobreza, no solo la pobreza económica creada por el mismo hombre, sino la pobreza de poder participar, de poder pensar, de poder rechazar a los opresores. Los pobres generalmente no tienen voz, viven en una cultura del silencio.

Dentro de este contexto, tomar conciencia fue el primer paso, para esto fue necesario conversar, reflexionar, discutir. Tomar conciencia significa que las personas se dan cuenta de que algo está pasando, algo anda mal, existe alguna injusticia que obstaculiza que vivan bien, tomar conciencia de que pobres no somos porque Dios lo dispuso así sino por la mala distribución de las riquezas, o como sentencia un slogan “aquello que le sobra al otro es justamente lo que me hace falta”. La organización comunitaria fue una estrategia que ayudó conocer, analizar y reflexionar estos problemas.

En la comunidad de San Antonio hubo intensos momentos de reflexión acerca de esta realidad. La década del 70 fue fundamental para definir los cambios que se avecinaban. La iglesia progresista dio un gran impulso unida a ella la corriente socialista generada a través de la Unión Campesina del Azuay UNAZAY y las organizaciones de base. Los líderes y liderezas de San Antonio iniciaron un profundo proceso de capacitación con talleres, reuniones, congresos que generalmente se desarrollaron en Cuenca, algunos en Quito; los temas también eran variados: fortalecimiento organizacional, derechos humanos y de las mujeres, tenencia de la tierra, grupos monopólicos, el trabajo campesino y obrero, el capitalismo, socialismo, comunismo, análisis de la realidad local y nacional, implementación de microproyectos productivos, entre otros.

Todos los sábados la gente se reunía en la escuela antigua, allí se realizaban la famosas asambleas, Ángel Moscoso como presidente iba a los cursos en Cuenca para recibir el conocimiento de parte de sus compañer@s Milton Cáceres, Enriqueta Martínez, Piedad Robles, Manuel Montero, Pepe Guazhima y regresaba para organizar a la gente, para trabajar, para luchar.

Estas asambleas fueron catalogadas de insurrectas por personas de la misma comunidad y que tuvieron una gran incapacidad para entender los cambios (Celso León, Ernesto Zúñiga, Alcibíades Zúñiga, Ernesto Zúñiga, Benigno Zúñiga) y también por gente de las comunidades vecinas de Sarar, Buena Vista, Gutún Los de San Antonio eran asambleístas[1], comunistas, mucho peor los Moscoso; la gente contraria dio fuerte lucha y resistencia a los cambios, incluso llegaron hasta la agresión física. En el siguiente párrafo se resume una de tantas anécdotas.

Era la fiesta de san Antonio, por la noche se proyectó una película sobre la guerra Sandinista de Nicaragua – el generador de luz eléctrica fue cargado por cuatro personas desde Cutchil hasta San Antonio- Al día siguiente se realizaron todas las actividades: misa, bazar, torneo de cintas a caballo, etc. Ya de regreso a casa mi padre y su hermano Santiago caminaban rumbo sus hogares, a la altura de la escuela, de pronto fueron interrumpidos por un grupo de personas: mujeres y hombres quienes les gritaban ¡comunistas!, ¡comunistas!, ¡comunistas!.- ser comunista en aquellos tiempos era considerado como pecado y Fidel Castro como un demonio- Sin embargo los dos hermanos no les hicieron caso y siguieron caminando; al pasar por la casa de la Señora Carmelina provocan el primer empujón intentando agredirles y obtener respuesta. Caminaron un poco más y al llegar a la casa de Don Humberto Zúñiga se dio la pelea campal, eran dos contra algunos, pero estaban saliendo bien librados, vi a mi padre dar un puñete a un mezquino provocador y majadero, le apodaban ¨Correa¨, quien voló por encima de un cerco de moras y cayó en una picota de chancho, mientras intentaba incorporarse con un olor nauseabundo en su ropa, tres mujeres daban de golpes a Santiago Moscoso quien estaba sentado en la acequia de agua producto de un empujón, sin reacción y sin poderse levantar. Luego los dos dieron parejo y la pelea se dispersó, sin embargo los gritos siguieron retumbando en las quebradas ¡comunistas!, ¡comunistas!, ¡comunistas!, y devolviendo el eco contra los mismos agresores, se alejaban con impotencia y cobardía, mientras mi padre y Santiago caminaban orondos y sonrientes por el filo de la loma como diciendo –con nosotros no se metan hijueputas-
Semana tras semana, la organización se fortalecía, la iglesia tradicional fue sustituida por una con rostro humano que tome en cuenta los problemas de la gente, más reflexiva y participativa; se formó el grupo de mujeres con su presidenta Rosa Isaurina Zúñiga e impulsaron una microempresa que consistió en un taller de sastrería, la gente se capacitó, se informó, se realizaron huertos comunitarios donde ahora es la escuela nueva, se gestionó para el cambio del sitio de la escuela con nuevas aulas escolares.

Ángel Moscoso lideró y puso al hombro la comunidad para tramitar y hacer que se elimine los impuestos a las tierras de los campesinos de la comunidad, para esto tuvo que realizar varios viajes a Cuenca y a Quito, conversar con un líder histórico como Neptalí Ullcuango, quien también visitó San Antonio y finalmente, luego de varios trámites lograr que se rebajen los impuestos para beneficio de todos los habitantes de la comunidad. Allí si estuvieron personas que nunca colaboraban, algunos que ya nombramos anteriormente, perros majaderos metidos el rabo debajo de las piernas, personas sin sangre en la cara para pedir “a mí también anote don Ángel, solicitando que les haga constar en la lista de personas que iban a beneficiarse de esta rebaja, Son hechos que la gente con una gran ingratitud ha olvidado fácilmente y otros en cambio lo desconocen porque no se ha transmitido a las nuevas generaciones.

Son razones por las que es necesario que primero conozcamos nuestra historia, aquella que está más cercana a nosotr@s, nuestra historia local por que es nuestra y nos pertenece. Admiremos a nuestros líderes que nos dejaron una gran enseñanza, a mi padre que entregó gran parte de su vida a luchar por la comunidad y que injustamente ahora ya ni se lo nombre; lo que ahora es San Antonio tiene mucho que ver con los líderes de años atrás y; lo segundo es que consideremos que nuestra unión es nuestro camino, nuestro camino lo construiremos junt@s, unidos somos fuertes, si somos fuertes quien podrá contra nosotr@s, que esto nos de fuerza para unirnos y seguir caminando junt@s, que nos permita pensar en el mañana y no perder la esperanza.

[1] Asambleístas era el calificativo que las personas que no estaban de acuerdo con la organización designaban a las personas que lideraban la organización de San Antonio

24 jul 2009

LA VIDA EN ESTADO NATURAL.

Por: Diego Moscoso

Éste es el paisaje que vio crecer cada cuerpo, cada idea, cada sueño de los Habitantes de San Antonio, mejor dicho de los Jacarqueños, la caminata hacia al Amorgeo-Represa no simplemente significa un recorrido por vacaciones; sino que encontramos la oportunidad propicia para conjugar metas, estrechar manos y degustar deliciosas tongas y por que no de un traguito, acompañado de las risas de chicos y grandes… inevitablemente inolvidable…
Estas fotos han sido tomadas por nuestra fotógrafa cuasi oficial Adrianita Moscoso, para ella nuestro sincero agradecimiento.












10 jul 2009

PIES DESCALZOS

Autor: Ramiro Zúñiga Moscoso
SOCIO DE LA CAC-EH


MEMORIAS INFANTILESCAS

Como añoro esas tardes en San Antonio, mi tierra adorada; donde solía ascender la montaña próxima a la casa de mis padres – en un tiempo también mi morada - para observar atónito ese cielo rojo como el fuego perdiéndose en el horizonte tiñendo de dorado las laderas de las pardas montañas cubiertas de vegetación chaparra. Ese radiante sol como un enorme disco de fuego que hería mis pupilas al contemplarlo y que coronaba las heladas cumbres del milenario Huallil.

Lejos solía verse al tío Mario viniendo de ver a sus vacas o a mis primos Jorge y Diego llevando a los borregos, con el saquillo de hierba al hombro; o a mi abuela caminando por el patio de su casa; o más arriba, en el camino entre el monte era común ver a don Arnoldo arremangado sus pantalones hasta las rodillas con un sombrero raído su abundante barba de avanzada edad y cargado sobre sus hombros una pobre carga de leña y delante de él, orondos caminaban sus chivos. Y mientras todo eso sucedía me deleitaba perdiéndome en mis sueños infantiles – en mi imaginación – con el vibrar de las cuerdas de un charango similar a la caída de una lejana cascada o el vibrar del viento con las dulces notas de una zampoña enamorada. Imaginando otros mundos, planeando estrategias, construyendo sueños y de pronto despertando a la realidad. En ese lugar cuando caía la noche, sentado en una rústica y milenaria piedra, y mientras el viento helado de la noche cercana abofeteaba mi rostro, recordaba tantas cosas que he vivido en estos parajes. Que nostalgia recordar mi agridulce niñez, los caminos por los cuales tantas veces había recorrido llevando a los borregos o cargando la hierba para los cuyes, seguido del leal amigo canino llamado “chapulín” el mismo que tuvo un final siniestro al morir envenenado; u otras veces ayudar a papa a trasladar sus vacas con un temor intenso de que estas -y en la mayoría de veces acontecía- enredaran su extremidades anteriores con la soga que las sujetaba y ante tal situación ver estallar el coraje de papa era algo terrorífico.

Recordé el lugar donde enterramos al Tigre (así se llamaba un hermoso perro que nos regalaron y cuyos colores matizados de blanco con óvalos negros uniformemente repartidos eran inexplicablemente asombrosos). Aquel siniestro día en que lo encontramos muerto – luego de haberse tomado la cicuta – lloramos en silencio sobre su yerto cadáver. Luego lo trasladamos en una comitiva fúnebre formada por unos primos vecinos (Pato, Sandrita y Fanny) y mis hermanos y con la honda pena en el alma, allí, en un hoyo improvisado, al pie de un vetusto árbol de gañal le dimos el ultimo adiós a tan caro amigo; con las lagrimas a punto de estallar en nuestros parpados. Posteriormente colocamos una cruz de madera elaborada por mí, sobre su fresca tumba, mientras nos preguntamos hacia donde iría su alma. Todos inocentemente suponíamos que en ese momento debía estar correteando por los campos del paraíso – con los demás perros fallecidos – con su cola levantada, su húmeda lengua colgando de su boca y jadeante como cuando en un arrebato de felicidad venia a mi encuentro dando saltos de alegría al divisarme a lo lejos.

Recordaba también a mi abuelo de regreso a casa desde Habashuayco viendo a sus animales, con su humeante cigarro -obra de su propio arte- su machete recostado oblicuamente sobre su brazo, su sombrero de ala ancha y su prominente y espesa barba negra que yo solía relacionarlo con el Che Guevara o esos personajes revolucionarios de antaño – como tal era su ideología. Solía acompañarlo siempre un fiel perro llamado Titán que tuvo un final idéntico al de mis amigos caninos. Aun recuerdo a mi abuelo, en las tardes sentado en el patio en una silla de madera disfrutando de su libro favorito mientras degustaba de su cigarro, o entonando en su guitarra dulces notas de lejanas canciones. De sus canciones que se perdieron en el tiempo mas no en su memoria.

Hasta hace poco volví a aquel lugar que fue testigo de mis confidencias y de mis pesares. No había cambiado mucho, de hecho nada, con su mismo aire melancólico y solitario. Con pena advertí que aunque ese lugar se mantiene intacto todo a su alrededor había cambiado sustancialmente. Todos - o la mayoría - hemos partido hacia otros destinos, buscando otras vidas, quizá otras muertes. Ya no veo a la misma gente, mis amigos se han ido, los niños que dejé cuando partí de mi tierra ahora los veo convertidos en jóvenes a los que en su mayoría ya no los reconozco, y algunos viejos – incluyo Don Arnoldo, el emblemático viejo– se han marchado al otro lado de la vida.

A veces -por no decir siempre- cuando con tanta tristeza recuerdo esa niñez de feliz convivencia con mis tíos con los cuales jugaba en mis acostumbradas ranclas de casa escapando del eterno martirio de tejer el sombrero de paja toquilla, huyendo por entre la chacra de la persecución de mamá con el cogollo de paja que obviamente no lograba alcanzarme gracias a mi velocidad. Aquel momento de incertidumbre tenía su recompensa: disfrutar de las incomparables galletas de vainilla adquiridas en la tienda y acompañar a mis tíos favoritos a llevar a sus borregos a casa en esas tardes doradas, con ese cielo rojo y en mi memoria esa celestial música latinoamericana que me llevaba a vivir en países imaginarios.

Y con gran nostalgia recordaba aquellos felices domingos de reunión improvisada de primos en casa de la abuela. Improvisada digo porque sin ponernos de acuerdo coincidíamos en el mismo lugar y a la misma hora – coincidencia que se convirtió luego en costumbre- y nos perdíamos en nuestros juegos, en nuestras diabluras y riñas eventuales. Jugábamos a veces sin importar el tiempo mismo que a veces lo prolongábamos hasta muy entrada la tarde, y después de aquello la abuela nos obsequiaba el tan apetecido “mote con dulce” que era una golosina sin igual para mi tiempo y con gran algarabía devorábamos en mesa general aquel dulce manjar de mi niñez. En otras ocasiones entusiasmados y en desordenado jolgorio empujábamos el carro tablero mientras uno de nosotros lo conducía y otros primos copaban el espacio disponible en una simulación inocente de viaje al Sigsig, el mismo que para mi época consistía en un privilegio especial para los bien portados. Obviamente estaba excluido de la opción.

Y continuando con mis memorias recuerdo también el triciclo de madera artísticamente elaborado por el tío Olmedo (que a veces se incluía en nuestros juegos antes de que se fuera para Cuenca), como lo era también el carro tablero, la carretilla y una serie de atractivos que tanta atención recibían de mi parte. Y a propósito de carro tablero me viene a la memoria aquellos días cuando organizábamos un viaje a la loma de Pingllo, viaje generalmente comandado por el tío Olmedo seguido por una veintena de sobrinos, jadeantes, con las caras rojas por el cansancio pero con la ilusión del regreso que con frecuencia era un espectáculo algo fantástico; el carro lleno de guambras entre risas y gritos unos mas de susto que de gusto, (con los ojos desorbitados y agudos gritos de fingida alegría) pero al fin llegábamos al punto de partida comentando los pormenores de la travesía. Y precisamente en uno de estos acostumbrados viajes cuando al llegar a casa de la abuela sufrimos un aparatoso accidente dando con nuestra humanidad en el suelo, quedando prácticamente atrapados debajo de la estructura de madera del vehículo. Y lo más cómico, era ver salir uno a uno a mis primos con brazos lastimados, afortunadamente de manera leve, codos sangrantes, rodillas en la misma situación, cara rallada y lo peor con la vergüenza palpitando en la cara al darnos cuenta que nuestros tíos y abuelos habían presenciado la escena. Pero faltaba alguien ¿Dónde puede estar? ¿A dónde habrá ido? De pronto alguien sale debajo de los escombros. Tiene un aspecto lamentable, cubierto de polvo y llorando escandalosamente. Es Jorge; uno de los primos que participó del siniestro y seguramente fue el más afectado o tardó en darse cuenta de la situación. Cuanta nostalgia siento al recordar en estas tierras lejanas donde me encuentro; esos inolvidables juegos infantiles que hacían olvidarme del otro lado de mi niñez que a veces me place olvidar.

7 jul 2009

KILOMETROS DE SUDOR

Autor: Efrén Ubaldo Moscoso.
Socio CAC-EH

Escribo estas notas mientras en la radio suena una canción de Pueblo Nuevo, me ilusiono cuando escucho - “Seremos el pueblo nuevo, seremos el nuevo día, despiértese compañero la lucha ya se avecina…despiértese compañero cantemos al nuevo día”. Me recuerda a mi padre y a aquella época de cambios que vivió la comunidad de San Antonio, aquella época que la gente campesina empezó a pensar, a despertar y a creer en la organización comunitaria. Tiempo olvidado por muchos, recordado por quienes tienen memoria y gratitud, criticada por aquellos que por cuestiones de exclusión no tuvieron la capacidad de entender los cambios que se venían.

El cambio se empezó a generar desde la Iglesia progresista comprometida con el pueblo, de acuerdo a la encíclica Populorm Progressio, cuyo sustento central es el trabajo preferencial por los más pobres. El padre Cornelio, párroco de Ludo inició con estas reflexiones y encontró en Ángel Moscoso una persona visionaria, de temple y de gran solidaridad en donde poner las bases y apuntalar los pilares para generar cambios en la comunidad de San Antonio.

San Antonio, hace tres décadas, era un pueblo aún sin vías de comunicación, la trocha desde el sector del Lastre hasta la parroquia de Ludo se abre en los años 1976-1977 a base de mingas; días y días multitudes de gente trabajaban, hombres, mujeres, jóvenes con sus picos, palas, barretas y machetes, trabajaban y trabajaban. Era de ver hombres con pies descalzos cubiertos de tierra, otros con botas de caucho, la mayoría con sombreros de paja, mujeres con sus chalinas coloridas y faldas plisadas, jóvenes pintiparados intentando llamar la atención de alguna chica coquetona. Nadie les pagó un centavo, incluso algunos días no almorzaban, sin embargo les mantenía viva la esperanza de terminar por lo menos un camino, camino que acortaría la distancia entre aquel pueblo escondido debajo del Huallil - San Antonio- y las parroquias de Ludo, Cutchil y el Sígsig.

Ángel Octavio Moscoso Zúñiga lideró el trabajo, apoyado por líderes de la comunidad de San Antonio y de las comunidades vecinas. Aquél hombre de barba abundante, zambo, de frente amplia, de contextura delgada, alto, de manos grandes, ásperas y fuertes, poseedor de una inteligencia envidiable; no tenía el teodolito como los topógrafos ni el casco de los ingenieros, tampoco el jeep para movilizarse. Tenía los pies fuertes para caminar, sus botas siete vidas, una esposa comprensible y las ideas claras: unir los pueblos, hacer que la gente despierte del letargo. Construir la trocha fue la estrategia y el pretexto para juntarse y conversar, reflexionar para hacer que empiece a nacer la conciencia en cientos de hermanos, fue la meta.

Con suspicacia, buen olfato, un gran corazón y una dosis de nerviosismo como era costumbre en él, se dio el primer paso. Puso la primera estaca y se empezó a romper la tierra, poco a poco, primero don Angel y luego los demás, subieron por los cerros y rompieron las rocas, bajaron por las quebradas, pisaron el lodo, cruzaron arroyos, sintieron el cansancio de la tarde que se termina mientras el sol da su último alarido. Desde Ludo pasaron por Bolo, Iguila, Loma Larga, Buena Vista, Gullanpugro, Sarar, Leonhuaico, Marinloma, Bante, Loma de Pinllo, Shahualguche, y finalmente el Lastre.

Con que perfección se fue formando el camino. La trocha fue delineada con gran precisión. Para asombro de muchos, años después, cuando se construyó la carretera, los teodolitos manejados por los ingenieros curiosamente iban marcando exactamente por los mismos sitios y lugares por donde de una manera empírica fue el primer camino que hace algunos años fue dirigido por aquel compañero Ángel, como lo decían en la comunidad.

Se terminó de construir la trocha, la gente iba y venía por el camino nuevo, cargado su alforja a veces vacía pero llena de esperanzas. Se veía a don Marcos Brito, a Don Ceferino, Señora Carmelina Brito, Don Héctor, el Chillimuco, Cristo Fernández, Don Bautista, Don Neptalí, Don Gerardo Zúñiga, Don Honorio Molina… y muchos personajes que ya fallecieron, paso a paso cruzaban lomas y quebradas hasta llegar al calor de sus casas.

Pero don Ángel tenía que trazar otro camino, quizá el más difícil, rocoso y pantanoso, el que implicaría mayor esfuerzo aún, aquel camino que produjo cambios en el pensamiento de las personas, aquel camino liberador, cuyo gran propósito era disminuir las desigualdades sociales y vivir con solidaridad entre hermanos.


¡ASI FUE MI PADRE!