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8 may 2011

¡Hazlo y no protestes!

AUTOR: Efrén Moscoso

Había pasado dos semanas de asistir al segundo grado en la escuela (actualmente tercero de educación básica), un día viernes, luego de haber jugado en el recreo con la pelota de trapo en el patio mojado de la escuela, entraron a aquella aula grande de paredes descoloridas, de tumbado de tablas, ventanas diminutas, telarañas en los vértices que unía el lodo fundido con la madera; la profesora se dirigió a las niñas y niños que estaban sentados en las bancas y les dijo: ¡saquen los cuadernos de dibujo!, hoy vamos a dibujar.
Tan pronto como escuchó, el niño de pies descalzos, pantalón de poliéster y camisa blanca; con sus ojos vivaces, abiertos más de lo normal, no perdió ni un solo instante; abrió su bolso, hurgó con su mano hasta el fondo, cogió el cuaderno y los trozos de pinturas, -nunca tuvo una caja nueva, solo pedazos que habían sido utilizados por sus hermanos mayores en años anteriores-, y empezó a imaginar.
Hoy vamos a dibujar, repetía incesantemente para sí mismo; se frotó las manos una y otra vez como signos de satisfacción y mezcla de espera; delineaba en su mente cada rasgo de las montañas, de los árboles, de los animales, incluso sentía el olor de los pastos, de las flores y veía un paisaje multicolor; él conocía; muchas veces había pintado sendos murales y espléndidos paisajes con los tallos de las plantas en el corredor de cemento de su casa; sabía como hacer un dibujo hermoso, ahora lo haría en su cuaderno.
Mientras soñaba en aquel dibujo, siguió creando en su mente con perfección todos los detalles, los colores y las dimensiones exactas; miraba la hoja vacía de su cuaderno nuevo e imaginariamente veía en ella el paisaje concluido, hasta pensó el nombre que le daría.
Transcurrieron pocos segundos, la profesora irrumpió y con tono enérgico repitió: ¡atiendan!, aún no empiecen, ¡hoy vamos a dibujar!.
Con la tiza en una mano y el borrador de lana de borrego en la otra, la maestra de ojos grandes, pelo negro y labios escandalosos, flexionó inclinándose levemente y empezó a dibujar, mientras los estudiantes sentados con asombrosa curiosidad, observaban tímidos y se miraban unos a otros en silencio.
¡Así se dibuja!, decía la maestra sin volver la cara; todos estáticos, con sus lápices en la mano, otros sosteniéndolo con la boca, escuchaban y extendían el cuello para mirar lo que la profesora hacía. Cuando terminó, la maestra alzó la cabeza, sacudió las manos empolvadas y frunció el seño; ahora, ¡copien lo que yo hice!, dijo con cierta satisfacción expresada en su rostro; con su mano derecha y una sonrisa en los labios expuso el dibujo impregnado en el pizarrón, aquel dibujo que todos los niños y niñas debían copiar, una cruz grande y en un extremo una inscripción que decía ´´esta cruz está en una tumba´´.
El niño se preguntó: dibujar una cruz?, para qué?. Nunca le gustaron las cruces, se veían funestas y desproporcionadas; aún recordaba con dolor la última que puso sobre la tumba de su amigo inseparable, un perro al que le decían Tigre; más de una vez recibió regaños de sus padres por hacer la señal de la cruz en forma contraria, es decir de derecha a izquierda; también había escuchado una historia cruel que le contaron acerca de un hombre que cambió la historia del mundo a quién lo llamaron Jesús y que fue injustamente crucificado; además, a su edad, no encontró sentido en esa frase ¨esta cruz está en una tumba¨, entonces, para qué dibujar una cruz,- pensó en voz alta-.
El niño se negó y le propuso a la profesora hacer otra dibujo, algo que se relacione con su vida, con sus alegrías, con sus ambiciones: los campos, el cerro, su casa, los maizales, flores, animales, un río con agua clara y un caballo bebiendo en él, o aquellas mariposas que nunca se cansó de perseguirles con sus hermanos y hermanas en los extensos pastos de los vecinos,…. La profesora con tono enfadado, respondió, ¡el dibujo está en la pizarra!, ¡hazlo y no protestes!, los demás niños están dibujando solo tú…...sermón típico para un niño desobediente.
Finalmente, con un nudo en la garganta y con la decepción de un subordinado, el niño obedeció y dibujó la cruz.
Había transcurrido algunos días y la profesora nuevamente dijo, ¡hoy vamos a dibujar!; el niño cogió los trozos de pintura del bolso, tomo el cuaderno, esperó un minuto, dos y empezó a dibujar,….Con una gran tristeza en su rostro, no paraba de dibujar; cuando la maestra se acercó y le preguntó cuál era su dibujo, el niño, abrió su cuaderno, con la mirada al piso mostró lo que había hecho: ¡sorpresa!, una cruz y con letras un poco torcidas puso la inscripción que nunca entendió, esta cruz está en una tumba. El daño psicológico estuvo hecho, la creatividad coartada, incertidumbre, imposición, un niño frustrado, nunca más le gustaría dibujar. Esta vez la maestra comprendió.
Iniciamos este relato con una situación real en el aula escolar, con una vivencia que probablemente experimentaron muchas personas mientras estuvieron en los centros educativos. Quizá este ejemplo sea el vivo reflejo de cómo una mala práctica educativa de una maestra con buenas intensiones y de cómo la escuela bajo el slogan de educar, ha atrofiado día a día el talento de muchos niños y niñas, tratando de encasillar dentro de un solo recuadro a todos los estudiantes, sin considerar las diferencias, las capacidades individuales, la riqueza y sabiduría que se encierra en cada uno de de ellos o ellas ; el ejemplo del dibujo de la cruz, que para el niño fue una imposición nos ilustra sobre este aspecto, cómo una maestra bajo el principio de autoridad obliga a hacer un dibujo que para los niños y niñas no tenía sentido y que estaba fuera de contexto.
La práctica educativa de las y los profesores es el resultado de un sistema educativo caduco que ha sido incapaz de innovarse para dar respuestas a los problemas reales de las personas y es el vivo reflejo de un aprendizaje desconectado de las vivencias cotidianas, desconectado de la vida misma y de nuestra realidad.
En educación ha habido varios paradigmas educativos que han servido de fundamento teórico para educar, empezando desde el conductismo cuyo eje fundamental son los premios y los castigos, en donde el profesor es el que sabe y ordena, el que califica y dice si está bien o mal, el que manipula, el que hace perder el año; el estudiante por su parte, es el que memoriza y repite la letanía tal como el profesor le ordenó, copia lo que le dicen – hasta el dibujo que ordena la profesora-, es domesticado y manipulado por la autoridad de los profesores, es ¨obediente¨. Por otro lado y con otro enfoque está el paradigma constructivista que propone que los y las estudiantes sean los constructores del conocimiento mediante la investigación, el descubrimiento y con la facilitación del educador para que el estudiante construya su aprendizaje. En fin, existen varios paradigmas educativos, hemos enunciado aquellos a modo de ejemplo; sin embargo, de eso nos ocuparemos en otro momento.
Lo que ahora tratamos es hacer un aporte basados en la experiencia y que podría contribuir para que los padres y madres de familia puedan exigir a las instituciones educativas y en particular a los maestros y maestras una educación de calidad. Y también para aquellas personas que de una u otra manera están relacionados con la gente.
Empezaremos diciendo que:
El proceso de aprendizaje debe desarrollarse en un ambiente de calidez, cariñó, buen trato y sobre todo, en una relación de igualdad entre educador y estudiantes, eliminando esa relación vertical en donde el profesor ordena y el estudiante obedece; es necesario generar y construir códigos de convivencia que permitan relacionarnos mejor y que fortalezcan la práctica de los derechos, así como de los deberes. Por qué el o la profesora siempre tiene que tener la razón, acaso el niño o niña que va a la escuela o colegió llega vacío de conocimientos?
Lo que aprendemos debe ayudarnos a resolver los problemas cotidianos, debe servirnos para mejorar nuestra vida, estudiamos para eso, no solo para pasar el año o para obtener un título. Hay temas sin trascendencia que nos obligaban a aprender. Quién no recuerda los extensos dictados o la repetición de cien veces ¨no debo hacer bulla en clases¨, para qué nos ha servido?, o, las clases de ciencias naturales explicadas en el pizarrón, cuando en el campo disponíamos del mejor laboratorio de plantas, animales, minerales, etc.
La educación debe ayudarnos a ser más persona, a comprender el complejo mundo de la multiculturalidad, de convivir con los y las que son diferentes por varias situaciones, con los y las que piensan distinto, respetando las diferencias individuales; debe ayudarnos a disminuir las desigualdades entre hombres y mujeres, entre ricos y pobres.
Lo que se aprende en la escuela debe ser significativa para los y las estudiantes, que tenga valor para el niño y niña, algo que se relacione con su vida, con su cultura, con su cotidianidad; aprender desde lo que está mas cerca y nos rodea, desde lo concreto a lo abstracto. Por qué tenemos que priorizar por ejemplo una historia lejana y ajena a la nuestra; leíamos la historia contada desde los vencedores pero nunca nos hicieron reflexionar si esa misma historia hubiese sido contada desde los vencidos. Un aprendizaje desde nuestras raíces históricas nos da un sentido de pertenencia a lo que es nuestro y de paso, fortalece nuestra verdadera identidad.
El niño o niña aprende mucho y que mejor si lo hacemos utilizando sus potencialidades; a los niños y niñas generalmente les gusta investigar, descubrir cosas; en este sentido, es necesario que aprendan haciendo, no aprendan memorizando. Cuando el niño o niña hace, construye, arma y desarma, descubre, el conocimiento queda grabado porque el cerebro a puesto en funcionamiento muchas áreas, mientras que cuando memorizamos es fácil de olvidarnos porque hemos utilizado solo la parte de la memoria, un segmento del cerebro. Los maestros y maestras deben olvidar los grandes dictados y copias sin sentido.
Un niño, una niña debe ser parte del proceso de construir el conocimiento, de resolver problemas reales de la vida, de equivocarse, de aprender a aprender, eliminado aquellas frases: niño tonto, no hagas eso, tu no puedes… que con frecuencia nuestros educadores lo repetían.
Una educación crítica, reflexiva, que cuestione el ¨status quo, que haga que las personas reclamen sus propios derechos, que reflexione nuestra historia o nuestra situación en la que vivimos; en la escuela nos enseñaron a ser sumisos a ser obedientes, no nos enseñaron a cuestionar la condición de exclusión en la que vivíamos, nos enseñaron a ver como normal; una educación reflexiva y crítica es liberadora. Sabiamente Paulo Freire manifiesta que antes de aprender a leer o escribir, los niños y niñas deben aprender a leer la realidad, comprendiéndola, transformarla.
La educación debe ayudarnos a comprometernos con el desarrollo de nuestro barrio o comunidad, con el cuidado de nuestra naturaleza y ha tomar conciencia que el trabajo honrado, bien hecho y eficiente, la solidaridad, honestidad, conjuntamente con el fortalecimiento de la organización a de ser nuestra bandera que guiará nuestro futuro. Prepararnos para ser dirigentes de la comunidad, de la parroquia, alcaldes de nuestro cantón, o sencillamente para ser buenos ciudadanos y ciudadanas, en cualquier lugar en donde nos encontremos. Seguramente, el conocimiento nos hará libres.

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